La vocación del Misionero, es evangelizar.
Ellos son como todos nosotros, seres humanos, con sus temores e inquietudes, pero se ponen al servicio de la fe, y confían en las palabras del padre: No les tengas miedo, que contigo estoy yo, para salvarte. (Jeremías, 1, 6 ss).
Los sacerdotes diocesanos que han estado esta tarde con nosotros, proceden de diócesis de España, y han sido enviados por el Instituto Español de Misiones Extranjeras, ya que no se encuentran incardinados en compañía religiosa alguna, a sus diferentes destinos de misión. Ellos se pusieron a disposición y fueron allá donde les enviaron: A Udon Thani, en Tailandia, y a Barahona, en República Dominicana. No fue fácil, pero fueron preparados para ello, y como dice un poema Tailandés que nos fue expresado: "entraron en el bosque sin perturbar una brizna de hierba, y en el agua sin crear olas".
El misionero no va a cambiar el mundo, va a ofrecer el regalo de la fe a los demás, porque la fe "se fortalece dándola" (Redemptoris Missio, 2). Para hacer esto, solamente basta con comunicar y entregar la palabra de Dios, para lo cual a veces hay que enseñar a leer a quienes no saben aún, o entregarles gafas... El compromiso del misionero es el único que no caduca. No son solamente meras buenas intenciones, que se terminan en cuanto se retiran los focos y las cámaras. Por eso los Misioneros se quedan allí donde les necesitan, aunque la situación se torne cruda, peligrosa, y muchas veces su vida corra peligro o incluso sea sacrificada por ello. Muchas veces tienen que grabar en su alma lo que sus retinas han visto para siempre, niños muertos por unas inundaciones, terremotos, calamidades, soledad en los ancianos, esclavitud y miseria... pero ellos son conscientes de que reciben mucho más de lo que dan: la alegría de compartir la fe, la confianza de que, aunque ellos falten, los catequistas que han sido formados por ellos serán excelentes dinamizadores de las comunidades de base. Ellos llevan el tesoro de la fe en vasijas de barro. Y consiguen que las personas descubran la dignidad que tienen y no han visto, que consideren suyo este regalo, y lo compartan.
Ellos nos descubren una y otra vez, la importancia que tiene la animación misionera, para seguir realizando esta labor en la Iglesia, vital para la fecundidad de las comunidades nacientes. Hemos aprendido con ellos, compartido, disfrutado con las anécdotas, y perdido el aliento con las dificultades. Pero una vez más, nos sentimos privilegiados de poder compartir este Don, de ser con ellos: MISIONEROS DE LA FE.