Hacemos nuestro el mensaje del editorial de noviembre de Madrid Misionero:
Siempre hemos oído a los
misioneros –y a quienes se acercan a
ellos
por un tiempo breve para compartir su experiencia–, que
es
mucho más lo que se recibe que lo que se da. Uno va en un
principio
pensando todo lo que puede aportar, y con el paso del
tiempo
y con el conocimiento de la gente… se descubre que la
mochila
lejos de irse vaciando se va llenando de experiencias, de
sentimientos,
de alegría, de compromisos… ¡uno se vuelve rico
de
cosas buenas!
Ese mismo sentimiento es el que
debemos tener quienes, en el
mes
que acaba de finalizar, hemos sembrado por doquier el
espíritu
misionero: es ese buen sabor de boca que deja el trabajo
bien
realizado. El regustillo que da el cumplimiento de nuestras
obligaciones
con espíritu de sacrificio y alegría.
¿Los frutos? ¡Qué más da! Lo
importante es poderse acostar por
la
noche con la sensación de haber hecho un trabajo duro,
pero
bonito, al servicio de la Iglesia y, en nuestro caso, de la
misión.
Los frutos los dará el Señor de la mies que es quien puede
mover
el corazón de las personas. A nosotros no nos toca
gloriarnos
de los frutos que hemos conseguido, sino del trabajo
del
mejor modo realizado para que Él, sí, Él y sólo Él, pueda dar
muchos
frutos.
Ha pasado el mes de octubre.
Hemos trabajado con mucho
entusiasmo
por sacar adelante este mes misionero por
antonomasia.
Los misioneros y los animadores de misiones han
multiplicado
su tiempo para poder atender a tantas peticiones
de
testimonios, de oraciones, de celebraciones. Los animadores
han
motivado en las parroquias, propias y ajenas, para que cada
semana
se viva el espíritu misionero que le corresponde: oración, sacrificio,
cooperación económica, vocaciones…;
los
voluntarios han ‘ensobrado’ y doblado y contado
paquetes,
cartas, carteles, pegatinas…; los encargados
de
medios de comunicación no han dejado
de
enviar noticias, datos, motivaciones para
atender
a todos (prensa, radio, TV, internet...); los
trabajadores
han hecho paquetes, han llevado y
traído
material, han puesto buena cara a quienes
venían
preguntando, pidiendo, quejándose o sonriendo.
En definitiva, hemos removido,
sembrado, regado
con el
sudor de nuestro trabajo la tierra
que
nos ha tocado labrar. Ahora lo dejamos en
manos
de Dios que sabe más y mejor lo que nos
conviene.
Nosotros nos quedamos con el buen
sabor
de boca y el Señor con la alegría de ver lo
hecho.
Y nosotros decimos, ¿cómo no? “Siervos
inútiles
somos, hemos hecho lo que debíamos
hacer”
(Lc 17, 7), pero ¡oye! ¡que contentos nos
hemos quedado! A todos ¡Gracias!